Superviviente del caos psicosocial
Miraba a través de la ventana empañada cuyo cristal estaba cubierto de gotas de lluvia.
Apoyando la barbilla sobre su mano izquierda, con la derecha removía los posos de un
café frío y olvidado. Un murmullo de voces envolvía sus pensamientos que reflejaban
preocupaciones, esas que empezaron a aflorar meses atrás cuando la situación se volvió
insostenible. Parecía que no hubiese manera para salir del agujero. Negro. Como esa tarde
de tormenta.
Había sido una decisión meditada y, a pesar de que había costado tomarla, era el momento de dar un fuerte golpe en la mesa y alzar la voz. - ¡BASTA YA! - gritó en silencio. Un flashback de situaciones, emociones y recuerdos le obligaron a salir de su letargo, instante que aprovechó para encender el Mac y empezar a escribir. Sin parar. Iba a ser una denuncia anónima publicada en la sección de opinión de un periódico digital en memoria del colectivo que había sido menospreciado, ninguneado y, en algunos casos, derrotado. Él, un superviviente del caos psicosocial, estaba en proceso de recuperación.
Su testimonio serviría para demostrar la existencia de una cultura empresarial basada en la bronca y la permisividad.
“Si los ojos no ven, ¿el corazón no siente? Complicado. En el momento que se es conocedor de un hecho (aun siendo testigo indirecto) hay una reacción emocional porque las cosas no pasan inadvertidas a nuestro alrededor. No podemos recibir gratuitamente amenazas y coacciones, tampoco consentir continuos desplantes y silencios. El error es asumir un entorno laboral donde todo vale, aceptando que “siempre ha sido así” como si de una herencia se tratara. ¡Viva el conformismo! Desde hoy, la frase “ver, oir y callar” queda derogada.
Miedo, insatisfacción, desconfianza, desánimo, desmotivacion, ansiedad, estrés... son síntomas de un ambiente de trabajo destructivo. Pero no nos engañemos, las empresas por sí mismas no son ni mejores ni peores, se convierten en entornos nocivos en función de la gente. Los empleados somos responsables de lo que sucede en la organización y aunque es normal que nos quejemos y utilicemos mecanismos de defensa como autoayuda, la problemática seguirá vigente si no se toman medidas efectivas para erradicarla.
Empezaremos por los de arriba, ya que es ingrato recibir expresiones ofensivas con independencia del sentido del humor del que las dice o de la situación. “Esto es así, y si no te gusta ya sabes dónde tienes la puerta”. “No me vengas con problemas, tráeme soluciones”. “No te pago por pensar, te pago por hacer”. “Que sea la última vez que... “
“¡Usted no sabe con quién está hablando!”. No es admisible pensar que quien dirige personas se olvida que tiene que ser capaz de gestionar eficazmente emociones y sentimientos, lo que implica tratar a su equipo como seres humanos a los que hay que dedicar tiempo y atención. Y a pesar de que nadie es imprescindible, ¡todos somos importantes y tenemos derecho a que nos cuiden!.
Y de la tiranía de algunos superiores pasamos a la insatisfacción de los iguales que dicen llamarse compañeros. No podemos negar que la convivencia con diferentes tipos de personas es una ley no escrita.
El reto personal es saber identificar a los tóxicos y neutralizar su conducta hiriente como si fuésemos superhéroes. Tenemos la obligación de aprender a sentirnos bien en el trabajo, decir NO a la provocación y actuar con inteligencia emocional para que el bienestar dependa de cada uno, sin esperar que sea la
empresa quien te ampare frente a las adversidades.
¡El empresario tiene la obligación de proteger a los trabajadores de los riesgos producidos en el entorno de trabajo! Todos somos expertos en teoría pero en la práctica la realidad es otra bien diferente. Los continuos conflictos implican consecuencias negativas tales como fuga de cerebros, rotación, rendimiento ineficaz, absentismo, bajas de larga duración..., y la empresa debería reaccionar. ¿Resulta tan complicado garantizar una plantilla saludable?
¡Queremos un cambio! Que sea visible, tangible y global. Es el momento de reinventarse y los que dirigen asuman el cambio y sean profesionales. Los de siempre, en mayor o en menor medida, ya lo hemos pagado.
¡No apostamos por lo vintage! Demandamos que el nuevo escenario sirva de antídoto para los síntomas psicosociales detectados. No admitimos más de lo mismo. Tampoco consentimos que os pongáis la medalla
en la foto y luego comprobar que la realidad continua siendo una miseria que padecemos los mismos de siempre. Vuestras promesas carecen de valor. ¡Queremos empresas comprometidas!”
La rabia con la que empezó a escribir se fue desvaneciendo según iban transcurriendo
los minutos. Consiguió explicar lo sucedido como si de una declaración de principios se
tratara, poniendo como broche final el mismo mensaje que, en su día, expresó ante la
comisión de mediación constituida en el seno de la empresa.
- Este manifiesto refleja la mejor versión de lo que soy - afirmó satisfecho.
Volvió a mirar por la ventana. Había dejado de llover. Era el momento de irse.
(*)2° Concurso de la Salud en el Trabajo, organizado por la Federación de Servicios a la Ciudadanía de CCOO (abril de 2016)
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