Post | 2020, no te echaré de menos
Nunca he sido fan de los números pares. Y el 2020 no iba a ser una excepción. Un año que empezó con un cúmulo de buenas intenciones, se paralizó con la llegada de la pandemia sanitaria, obligándonos a romper con nuestras costumbres. Y desencadenó un proceso de aceptación de una realidad para la que nadie estaba preparado.
La medida que el gobierno adoptó como más segura fue que todos nos quedásemos en casa. Aquí surgió el confinamiento. Tres meses 24x7 donde el ámbito familiar, profesional y personal se fusionaron en uno. Calles desiertas, tiendas cerradas, persianas bajadas. Silencio y vacío. Un cúmulo de imágenes que mi retina grababa a través de la televisión y las redes sociales.
Toques de queda. Prohibiciones para salir a la calle. Multas y sanciones. Franjas horarias establecidas por edades y número de habitantes para salir a pasear o hacer ejercicio... Una vez más, la política establecía soluciones divergentes, sin unión ni conexión entre los partidos.
Un auténtico caos...
La incertidumbre e incredulidad se transformaron en situaciones tangibles de contagios, enfermos y fallecidos. La realidad se tiñó de incomprensión, dolor y lágrimas. La suerte de no tener ningún afectado de forma directa no evitó que el miedo y el desánimo se apoderara de cada uno de nosotros. Y los que perdieron a sus seres queridos no pudieron si quiera despedirse. Tampoco hubo abrazos ni besos. Solo un adiós en silencio y a distancia.
El sentimiento de malestar crecía hasta tal punto que la mejor decisión fue tener el mínimo de contacto con el exterior. Las noticias mostraban una realidad inquietante, dura y llena de testimonios desoladores. Sin información, no había exterior. Sin noticias, no había realidad. Sin sucesos, no había tinieblas.
La radiografía de un país con millones de personas confinadas, muchos de ellos sin trabajo, otros tantos convirtiendo su casa en oficina y escuela. Todos ellos alejados de su gente y unidos únicamente por la conectividad de sistemas informáticos y tecnología.
El silencio de las calles se rompía con cantos de sirenas o aplausos vecinales que todas las tardes a las ocho se compartían desde los balcones y ventanas. Aplaudir con la intención de agradecer la labor de sanitarios y otros profesionales al pie del cañón para abastecer y prestar servicios básicos a un país sin rumbo aparente y hecho añicos.
Fuera de casa la realidad era aún peor. Hospitales colapsados. Residencias de mayores con un ratio elevado de fallecidos. Escuelas con las aulas vacías. Trabajadores en ERTE. Colas infinitas en supermercados con restricciones en el número de productos alentando a la solidaridad y al civismo.
Noticias falsas, imágenes censuradas, datos maquillados pululaban por las redes sin saber muy bien a qué atenerse. ¿Realidad o ficción?
Noches en vela. Jornadas laborales interminables y cargadas de informaciones contradictorias hasta encontrar el rumbo a seguir. Versatilidad, flexibilidad, agilidad y responsabilidad se convirtieron en el kit de competencias para sobrevivir a la situación.
El final del invierno dio paso a la primavera. El confinamiento acabó en mayo y volvimos a la oficina en julio. Lo llamaron la "nueva normalidad". Pero de normal tenía poco porque la situación no se normalizó.
Nos acostumbramos a llevar mascarilla, mantener la distancia de seguridad y a desinfectar las manos con gel hidro alcohólico.
La nueva realidad nos hizo cambiar nuestros comportamientos sociales en hostelería, ocio nocturno, espectáculos y transporte. Incluso, para ir a trabajar había que llevar un salvoconducto que justificaba el desplazamiento.
Hubo gente que se resistió a no ser/hacer como antes del 11 de marzo. Verano sin viajes, sin apenas contacto personal, sin estancias con amigos, ni comidas fuera de casa ni aperitivos en terrazas. Una realidad con las mismas inquietudes de alarma, resistencia al cambio e intranquilidad.
Con el final del verano llegó la segunda ola. Y en otoño se empezaron a hacer pruebas PCR y antígenos a la población más afectada.
Restricciones de movilidad y confinamientos perimetrales fueron algunas medidas adoptadas por las autonomías. Ya nadie se atrevía a decretar un confinamiento domiciliario, la solución más efectiva en lo que a salud se refería pero que mayor impacto tenía en el ámbito económico y, a futuro, en las urnas. Las cosas no se hicieron del todo bien, pero tampoco hubo una unión de todos los partidos para hacer frente a esta realidad de mierda.
Navidades blancas con COVID-19. A finales de diciembre se hablaba de mutación del virus, mayor contagio, colapso sanitario, incremento de mortalidad y nuevas restricciones autonómicas. La vacuna llegó como prometieron pero a cuenta gotas. Tres tipos, distintas poblaciones y plazos.
¿Tercera ola? Sí, también hubo. Ya sabes que no hay dos sin tres.
Por poner algo (+)... 2020 fue un año de aprendizaje continuo, de adaptación al cambio y de ser jugador de equipo. Trabajamos en remoto, aprendimos en línea, a comunicarnos en la distancia, a optimizar recursos y a gestionar emociones para salir lo menos tocados de esta situación. Sufrimos, y mucho, pero sirvió para apreciar las cosas simples, dar valor a los reencuentros, seguir siendo solidarios y empáticos. En definitiva, ser la mejor versión de uno mismo.
2020, no te echaré de menos ¡NADA! pero he de reconocer que me cambiaste la perspectiva. Soy más flexible y adaptable. Valoro lo que me hace sentir bien, por simple que sea. Y hago por estar con los míos, expresar lo que siento, mediar en tonterías restando importancia.
En este sentido, mi más sincero agradecimiento.
Tiempos difíciles.
Tiempos para valientes.
Tiempos para REBELDES.
(*Post escrito entre marzo y diciembre de 2020)
Imagen: pixabay